jueves, 31 de marzo de 2016



¿Qué enseña el Nuevo Testamento acerca de la ley y la gracia?

¿Cuál es el significado de la gracia? ¿Acaso ésta anula —“invalida” — la ley? ¿Es la gracia una “licencia” para pecar? ¿Significa “no bajo la ley” que la gracia ha reemplazado — y eliminado cualquier necesidad de que los cristianos produzcan buenas obras? ¿Qué enseñaron Cristo y Sus apóstoles? ¿Qué dice la Biblia realmente?


¿Cuál es la enseñanza del Nuevo Testamento acerca de la “ley y la gracia”? 
¿Es una o la otra — ley versus gracia — o ambas — ley y gracia? Este es un tema de gran controversia, que deja a muchos confundidos. Esto no debe ser así. ¡Aquí está la clara enseñanza de la Biblia!
El significado de la gracia en el Nuevo Testamento no tiene nada que ver con abolir las leyes de Dios. Los falsos maestros que promueven la “gracia” por encima de la obediencia ignoran que el Nuevo Testamento fue escrito para aquellos a quienes Dios llama para asumir posiciones de gran responsabilidad en Su reino. Estos falsos maestros malentienden porque Dios ni les ha abierto las mentes, ni les ha dado Su Espíritu Santo, que es necesario para comprender Su verdad.
El llamamiento cristiano (Rom. 8:29-30) está basado en la gracia — perdón inmerecido de los pecados pasados y misericordia tras un arrepentimiento genuino. Los cristianos entienden que la propia salvación ofrecida a ellos es una dádiva, y que deben continuar viviendo una vida de obediencia (Hechos 5:32, Juan 14:15) y perseverancia.

La ley en perspectiva

La mayoría de religiosos afirman que la ley de Dios fue abolida por el sacrificio de Jesucristo. Ellos piensan que la humanidad ya no está agobiada por los estrictos requisitos de esa “dura ley” que se interpone en su camino a la libertad — de “pasarla bien”. Pero el apóstol Pablo escribió, en Romanos 7:7: “¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás”. La mayoría de eclesiásticos han condenado tradicionalmente la ley mientras que absuelven el pecado. Sin embargo, no es la ley la culpable, sino el pecado. Por nosotros mismos, no podemos descubrir la ley perfecta de Dios. Dios tiene que revelarla y enseñárnosla.
Los líderes del cristianismo profeso insisten que la ley espiritual de Dios — los Diez Mandamientos — está abolida. Ellos la llaman la “ley de Moisés”, afirmando que fue abolida mediante el sacrificio de Cristo. Pero ellos no saben la diferencia entre los rituales de sacrificio levíticos, la ley de Moisés y la ley de Dios.
Los Diez Mandamientos no fueron llamados la ley de Moisés, sino más bien la ley de Dios. La ley de Moisés consistía de: (1) las leyes civiles — los estatutos y juicios que Moisés trasmitió al pueblo de parte de Dios, registrados en Éxodo 21-23 y los libros restantes de la Ley — y (2) las leyes rituales (del griego: ergon) añadidas posteriormente, resumidas en Hebreos 9:10. Estas ordenanzas regularon los sacrificios levíticos (Lev. 1-7) y las funciones relacionadas. Ergon significa “obras”, como en las “obras de la ley” (Gál. 2:16). Esto se refería al trabajo que involucraba los rituales levíticos abolidos por el sacrificio de Cristo.

Los Diez Mandamientos nunca fueron parte de la ley de Moisés o del sistema levítico de sacrificios. Las leyes y los sacrificios civiles estaban basados en los Mandamientos de Dios, los cuales constituyen la base de las leyes de Dios. Por lo tanto, los Diez Mandamientos preceden y trascienden cualquier ley menor que esté basada en ellos — estatutos, juicios, preceptos y ordenanzas. La mayoría de los cristianos profesos etiquetan falsamente los Diez Mandamientos como el “Antiguo Pacto”. Sin embargo, el Antiguo Pacto estaba basado en los Diez Mandamientos, que precedieron y trascendieron al Antiguo Pacto.
Considere esta analogía: La idea promovida por la mayoría de los cristianos profesos — que la ley espiritual de Dios, los Diez Mandamientos, han sido abolidos — es tan ridícula como decir que las leyes físicas de la gravedad y la inercia ya no están vigentes. Los teólogos no pueden negar las leyes de Dios más de lo que los científicos pueden invalidar las leyes de la gravedad y la inercia.
¿Cómo vieron los líderes de la Iglesia del Nuevo Testamento las leyes de Dios? Pablo escribió: “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Rom. 7:12). El apóstol Juan escribió: “Pues este es el amor de Dios, que guardemos Sus mandamientos; y Sus mandamientos no son gravosos” (I Juan 5:3). Y Cristo resumió el asunto, diciendo: “…mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mat. 19:17).
En Mateo 7:21, Él también dijo: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, ¡sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos!”
Cristo y los apóstoles no descartaron la ley de Dios. El cristianismo falsificado tomó esta medida drástica en el primer siglo — y el mundo lo ha seguido ciegamente desde entonces.

La “gracia” del falso cristianismo

Examinemos la enseñanza de la gracia del cristianismo tradicional. Ésta enseña que el Antiguo Pacto era los Diez Mandamientos. Ésta sostiene que Cristo vino a establecer un “nuevo pacto” que contiene sólo gracia y promesas — libertad de hacer lo que a uno le plazca. La ley no está incluida en su paquete. En sus propias mentes, estos religiosos creativos han ideado una forma de “pasarla bien” y tener la conciencia limpia. Ellos tenían que eliminar el origen de su molesta culpabilidad. La solución fue simple: “La gracia por sí sola ‘salva’ a los hombres. La carga de guardar los mandamientos ya no es necesaria”.

Esta enseñanza diabólica lo llevaría a pensar que la ley de Dios es dura y cruel. Ésta proclama que el defecto del Antiguo Pacto estaba en la ley, y puesto que Dios dio la ley, el error debe haber sido suyo. Lea lo que Cristo les dice a aquellos que siguen estos falsos preceptos: “Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres…Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición” (Marcos 7:7-9).

Note la advertencia que Dios inspiró en el libro de Judas: “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (Judas 3-4).
Incluso antes que el Nuevo Testamento fuera escrito completamente, los hombres impíos se habían introducido en la Iglesia en un intento por corromperla al convertir la gracia en libertinaje. Este fue precisamente el falso evangelio enseñado por Simón el Mago, Nicolás de Samaria, Cerinto y otros “fundadores” del cristianismo falsificado.
Libertinaje significa “licencia para pecar”. También podría ser definida como “libertad sin restricción” o “abuso del privilegio”. En esencia, esto quiere decir licencia para hacer lo que parece correcto a nuestros propios ojos, conforme a nuestra propia conciencia.
Al igual que Simón el Mago (Hechos 8:9-24) y otros convirtieron la gracia de Dios en licencia para desobedecer Su ley, esta misma actitud impregna las mentes de la mayoría de de los cristianos profesos hoy.

El mensaje universal de la mayoría de los púlpitos dice falsamente que Cristo abolió la ley de Su Padre — pero su Biblia dice lo contrario. Nadie puede nacer en el reino de Dios a menos que se someta completamente a la autoridad de Dios.
Gracia — La verdadera definición
El Nuevo Diccionario universitario de Webster define la gracia como “favor, bondad y misericordia”. El uso eclesiástico es definido como “divina misericordia y perdón”. No se hace mención sobre la gracia siendo licencia para desobedecer la ley de Dios. Estar “bajo la gracia” significa que se extendió misericordia y perdón como resultado de un arrepentimiento sincero y la resolución de obedecer a Dios.

Esto es mejor explicado en Romanos 6:14-15: “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros: pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia. ¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera”. Muchos malentienden el concepto de “bajo la ley”, el cual significa bajo la penalidad de la ley. Note Gálatas 5:18: “Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley”. Usted está bajo la pena de la ley si la viola como una forma de vida.
Pero una persona guiada por el Espíritu de Dios se esforzará por seguir esa ley. Cuando él ocasionalmente peque, se arrepiente y es perdonado (I Juan 1:8-19). Por virtud de la obediencia y gracia, el no está bajo la pena de la ley.
Cuando un individuo busca obedecer a Dios y viene bajo la “sombrilla” de la gracia, la sangre de Cristo justifica, o perdona, todas las transgresiones pasadas. El arrepentimiento le muestra a Dios la dirección que un cristiano elije tomar de ese momento en adelante. Estando bien con Dios por Su misericordia y perdón, un cristiano se embarca en un nuevo curso en su vida — él es salvo por la vida de Cristo, ¡no por Su muerte!

¡Considere! Sólo si Cristo ha resucitado de entre los muertos Su Espíritu puede guiar y fortalecer a los nuevos conversos, porque es el Espíritu Santo el que guía a los cristianos. Pablo escribió: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Rom. 8:14).
Esto significa que Cristo, como nuestro viviente, activo Sumo Sacerdote en los cielos, envía el Espíritu Santo a aquellos que el Padre llama y engendra. Como Sumo Sacerdote, Cristo es nuestro Intercesor y Abogado viviente, quien ve por nosotros a lo largo de la vida, a medida que buscamos vencer y perseverar hasta el fin. El hecho de que Cristo esté vivo le permite funcionar como un Abogado para los cristianos. De esta forma, somos salvos por Su vida. El arrepentimiento es un estado mental continuo. Por lo tanto, el perdón también es continuo. Además, es el Espíritu del Cristo vivo en los cristianos el que los cambiará en la resurrección (Rom. 8:14-17), para que puedan recibir la vida eterna.

Romanos 6:23 explica que la paga del pecado es muerte. Tras el arrepentimiento, bautismo y conversión, un cristiano es perdonado por la sangre de Cristo e inmediatamente es salvo de la pena de los pecados PASADOS. Por lo tanto, en cierto sentido, la persona ha sido “salva”, en ese momento, de la muerte.

Hay dos aplicaciones más de cuándo y cómo es salva una persona.

 La palabra salvación es derivada de la palabra salvo. Por tanto, la segunda forma es la más obvia — salvación en la resurrección al regreso de Cristo (I Cor. 15:50-55; I Tes. 4:13-18).
La tercera forma que alguien es salvo es que “está siendo salvado”. Nadie recibe la salvación en esta vida sin primero someterse a muchas tribulaciones, pruebas, aprendizaje, crecimiento y vencer. La salvación es un proceso continuo — durante toda la vida.
Note lo que Pablo escribió en Romanos 5: “Pues mucho más, estando ya justificados en Su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por Su vida” (vs. 9-10).
La salvación es el resultado de la gracia — perdón inmerecido. El llamamiento, y el don del arrepentimiento no se ganan por obras. La gracia de Dios no se gana por obras. Todo lo que los seres humanos han ganado es la muerte. Estar bajo la gracia no significa que ya hemos alcanzado la salvación. Significa que se nos ha dado el perdón inmerecido y que estamos en el proceso de vencer y perseverar. Aquellos que perseveren hasta el fin de esta existencia física son salvos — salvados de la muerte eterna. Nadie puede jactarse de que ha alcanzado la salvación en esta vida. “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mat. 24:13). Haber perseverado y vencido significa que uno ha “calificado”. También significa que uno puede descalificarse a sí mismo al fracasar en perseverar o vencer. Sin embargo, el llamamiento, la justificación — esta gracia es un don. La salvación es resultado de la gracia de Dios.

La falsa idea de “una vez bajo la gracia, ya somos salvos”

no está basada en las escrituras. La gracia es la voluntad de Dios de perdonar los pecados pasados, como se resume en Efesios 1:7: “…en quien tenemos redención por Su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de Su gracia”.
Ahora examine una escritura clave: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9). La fe “no de vosotros”, fundamental para la salvación, no es su propia fe humana. Es don de Dios — la fe de Cristo en nosotros (Gál. 2:20). Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote, ve hacia abajo y observa nuestra sinceridad y esfuerzo, e imparte Su fe a través de Su gracia — favor y misericordia divinos. Los que reciben esta fe no tienen razones para gloriarse de sus obras.

Note lo siguiente:
“…porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por Su buena voluntad” (Fil. 2:13). Dios provee a los cristianos la fuerza de voluntad, fe de Cristo y motivación para hacer Su buena voluntad. Dios el Padre y Jesucristo han avanzado grandes distancias al proveer la gracia — favor y misericordia divina — para ayudar a los cristianos a triunfar en su llamamiento. ¡Pero ellos esperan resultados! Ese es el mensaje de Efesios 2: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (vs. 10).

¡Cuán clara se vuelve la Biblia cuando le permitimos interpretarse a sí misma! Es irónico que la mayoría de los cristianos profesos se detengan en este punto y pierdan la esencia de la declaración de Pablo.

El tema real aquí no es la gracia o las obras. Tampoco es la gracia en oposición a las obras. Ni es la gracia en lugar de las obras. Es simplemente así: Gracia seguida por obras.
Estos son algunos dones y herramientas vitales que Dios nos da en nuestra búsqueda por tener éxito y vencer:

Gracia — justificación y perdón.
Gracia — la dádiva de misericordia y favor de Dios.
La fe de Cristo en nosotros.
El Espíritu de Dios, a través del cual recibimos la fuerza de voluntad y motivación para seguir adelante.

Dios extiende gracia y ayuda a Su pueblo, pero Él espera que nosotros crezcamos en buenas obras, andando en ellas como una forma de vida. La ley de Dios es el estándar o punto de referencia que dirige el camino de los verdaderos cristianos. Guardarlos desarrolla carácter. Hacer estas cosas le muestra a Dios que la gracia que Él nos ha extendido no ha sido en vano.
Si seguimos la gracia de Dios con obras, la descripción de Cristo de aquellos que se levantarán en la primera resurrección podría aplicar a nosotros: “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios, y la fe de Jesús” (Apo. 14:12).

miércoles, 30 de marzo de 2016

DURMIENDO CON EL ENEMIGO.


Para nacer otra vez,
usted primero tiene que morir al yo

Quizás el título   DURMIENDO CON EL ENEMIGO

 asuste un poco, pero creo que aveces dentro de nosotros hay un enemigo que no quiere salir o dejarnos tener una relación con Dios.
Pablo dice en Romanos 7:19-25 Reina-Valera 1960 (RVR1960)

19 Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.

20 Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.

21 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.

22 Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;

23 pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.

24 !!Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?

25 Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.



Usted debe perder su vida para salvarla. 

Usted debe convertirse en una criatura completamente nueva, con un nuevo corazón y una mente nueva.
Esto no sucede al leer las escrituras, decir una oración, mojándose, o diciendo que Jesús es Señor.
Si usted ha nacido otra vez, sus pasiones y deseos han sido crucificados para la muerte del yo.
Todo aquel que es nacido de Dios no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. 1 Juan 3:9

Debemos tener comunión con Cristo en sus padecimientos; 1 Ped 4:12-13
si vamos a reinar con él, debemos sufrir con él; 2 Tim 2:12
si vamos a vivir con él, debemos morir con él; 2 Tim 2:11
y si morimos con él, debemos ser sepultados con él, Rom 6:4
y al ser sepultados con él en el verdadero bautismo, también seremos levantados con él. Col 2:12

Debe haber un "venir a su muerte, sufrir con Cristo;"
y esto es necesario para la salvación;
y no temporalmente, sino continuamente: debe haber un "morir diariamente."

(John Richardson, ministro en el siglo 18): "El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios." No, el hombre natural, no regenerado, no puede ver el reino espiritual y celestial de Cristo, el cual permanece no sólo en poder, sino en justicia, gozo y paz en el Espíritu Santo; y el nacer otra vez no se debe hacer de manera imperceptible, no más que el nacimiento natural se puede realizar sin problemas; y pretender estar en Cristo y no ser nuevas criaturas, es absurdo; y pretender ser nuevas criaturas y todavía no poder dar cuenta de cómo esto fue realizado, es irrazonable; porque esto no puede suceder sin nuestro conocimiento; ya que nacer otra vez significa ser despertado y levantado hacia una vida espiritual nueva, por la cual se le da muerte al cuerpo del pecado de la carne y llegamos a vivir una vida de negación propia. Aquellos que son crucificados con Cristo son crucificados a sus pecados, ya que así como él murió por el pecado, nosotros debemos morir al pecado. En ese estado no vivimos por la carne, aunque vivimos, como dijo el apóstol Pablo, en la carne; pero la vida que estos viven es por medio de la fe en el Hijo de Dios. Y supuestamente, el tener todo esto, y mucho más obrado en nosotros, y que nosotros no sepamos nada de esto, es inexplicable.

La presunción de haber nacido otra vez, en vez de experimentarlo en realidad, es un cristianismo falso.
Tal cristianismo es de Babilonia y de la bestia con cuernos como un cordero que todo el mundo sigue.

Si usted ha nacido otra vez, Cristo ha sido revelado [visto, oído, sentido, experimentado] en usted.
Jesús ha resucitado en nosotros para ser nuestro verdadero Señor. 2 Cor 4:14, Col 2:11-12,3:1, Efe 2:6.
Pablo dijo: el Padre tuvo a bien revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciase. Gal 1:15-16

Con Cristo he sido juntamente crucificado; y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Gal 5:20.
Si usted ha nacido otra vez, su naturaleza egoísta ya no vive, ha sido crucificada en la cruz interna de la negación propia.

El versículo que la gente usa, tomado fuera de contexto, para engañarse a sí mismos para creer que han nacido otra vez es el siguiente:

Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo es nacido de Dios... 1 Juan 5:1.

"Ven," dicen ellos - "las escrituras prueban que he nacido otra vez porque creo que Jesús es el Cristo."

En 1 Juan 5, Juan define cuidadosamente cuáles son las experiencias calificadoras de un creyente que ha nacido de Dios:

un creyente nacido de Dios guarda los mandamientos de Dios, y éstos no son una carga; versículos 2,3
el creyente nacido de Dios ha vencido al mundo al crucificar su naturaleza pecaminosa, (los antojos prohibidos, los deseos apasionados, y la lujuria de ella), versículos 4,5
el creyente nacido de Dios ha visto en su corazón por la luz que manifiesta todas las cosas los tres testigos en la tierra: versículo 8
primero, el espíritu que da testimonio en la tierra, que los hace morir, que los circuncida, que los lleva a toda verdad;
segundo, ellos llegan a conocer el agua que es un testigo en la tierra; por la cual ellos son lavados, sus mentes, sus almas, sus espíritus, y en sus cuerpos, con esta agua pura; y
el tercer testigo es su sangre, y esta sangre de Jesús es rociada en sus corazones y conciencias; por la cual ellos son santificados, y ellos son limpiados de todas sus obras muertas, para servir al Dios viviente.
el creyente nacido de Dios tiene vida eterna en él, la cual es ser restaurado a la imagen espiritual de Dios en verdadera justicia y santidad. versículo 12
el creyente nacido de Dios no peca y no puede pecar porque está protegido por su Padre para no caer en ninguna tentación. versículo 18
Jesús vive adentro y controla al creyente. El creyente está en Cristo. El creyente está en unión con Cristo y el Padre. versículo 20
El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida, 1 Juan 5:12.
Debido a la caída de Adán, todos estamos muertos a la vida de Dios, Gen 2:17,3:24, y nuestro acceso al árbol de la vida ha sido cortado. La vida a lo que esto hace referencia es la vida de Dios, que es recibida cuando usted es liberado de todo pecado, trasladado al reino de los cielos, y entra en unión con Dios y Cristo. Tener la vida es tener a Cristo, quien es la vida, y es ser restaurado a la imagen espiritual de Dios en verdadera justicia y santidad. Tener la vida es estar en el reino comiendo del árbol de la vida otra vez. De la Palabra del Señor en el interior: "la nueva vida es tan radicalmente diferente como un hombre que ha vivido en un subterráneo toda su vida, que repentinamente sale a la superficie para ver el sol, el cielo, las plantas, los animales, el viento, las estrellas."

Aquellos que dicen que son cristianos nacidos otra vez que todavía viven en los deseos y placeres carnales del mundo, y por lo tanto todavía son esclavos del pecado, están difamando la verdad y creando confusión. De la Voz del Señor en el interior: "Por su evidente despliegue de pecado, los cristianos hacen que mi nombre sea blasfemado entre la gente. Saber que tú haz nacido otra vez es ver tu salvación aparecer en tu corazón. Tú eres un hijo cuando Jesús aparece en tu corazón para guiarte."

Otro gran error es asumir que nacer otra vez es tener una experiencia espiritual - cuando sólo es un llamado de atención - sólo la visitación de Dios ha usted, dándole una hambre de más de él, y motivándome a buscarle con todo su corazón - a buscar ver su rostro y estar en su presencia contínuamente.

Quisiera pedirles que todos juntos hagamos una profunda inspección de nuestro yo interior y veamos cuales son las cosas que nos impiden que Cristo se el señor de nuestras vidas.

 Crucifiquemos todo lo que no es del Espíritu para entonces poder decir

" Ya no vivo yo Mas Cristo vive en mi.

Gerardo Malovini.


martes, 29 de marzo de 2016

EN ESPIRITU Y VERDAD...



La adoración que agrada a Dios - Juan 4:20-24

(Jn 4:20-24) "Le dijo la mujer: Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren."

Introducción

Durante su conversación con la samaritana, el Señor abordó el tema de la adoración con una amplitud y profundidad completamente nuevas. De esta manera contestó a las inquietudes de la mujer, dejándonos también a nosotros una información muy valiosa que necesitamos para poder ofrecer a Dios una adoración que sea de su agrado. Porque no debemos olvidar que adorar a Dios es un asunto muy serio que no podemos tomar a la ligera. Y el pasaje que vamos a estudiar nos advierte de la posibilidad de creer que estamos adorando a Dios, cuando en realidad lo que hacemos puede ser otra cosa muy distinta. Por ejemplo, el Señor descalificó la adoración de los samaritanos cuando le dijo a la mujer: "vosotros adoráis lo que no sabéis". Por lo tanto, es importante que aprendamos por su Palabra cómo debemos hacerlo para no cometer errores similares.
A continuación haremos algunas aclaraciones sobre lo que es la adoración, cuáles son sus características a la luz de la Biblia, y consideraremos también la enseñanza que Jesús dio sobre el tema a la mujer samaritana.

1. ¿Qué es la adoración?

Adorar a Dios es la actividad más noble, elevada e importante que el ser humano puede realizar. Fuimos creados para eso, y cuando el hombre pecó rompiendo así su relación con Dios, él envió a su propio Hijo con el fin de redimirnos para que pudiéramos ser nuevamente verdaderos adoradores. Esto es lo que Jesús quería dar a entender a la mujer cuando le dijo: "el Padre tales adoradores busca que le adoren". Tan importante es el tema, que la adoración será nuestra actividad principal durante toda la eternidad. Lo podemos comprobar con frecuencia en el libro de Apocalipsis, donde todos los seres celestiales adoran a Dios sin cesar.

(Ap 4:8-11) "Y los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas, y alrededor y por dentro estaban llenos de ojos; y no cesaban día y noche de decir: Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir. Y siempre que aquellos seres vivientes dan gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, al que vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas."

Ahora bien, cuando nos preguntamos qué es la adoración, encontramos que, como es habitual en la Biblia, ésta no nos ofrece ninguna definición, sino que su forma de enseñarnos es mostrándonos numerosos ejemplos de personas que adoraban a Dios con el fin de que a través de ellos podamos aprender cómo debemos hacerlo nosotros.
Así pues, lo primero que observamos en las Escrituras es que un adorador es alguien que tiene una relación personal con Dios al que ama intensamente. Notemos por ejemplo cómo el rey David comenzaba el Salmo 18 expresando su amor a Dios: "Te amo, oh Jehová", para inmediatamente después invocarle porque reconocía que "es digno de ser alabado" (Sal 18:1-3). Como no puede ser de otra manera, es nuestro amor a Dios lo que nos lleva a adorarle. Aunque, por supuesto, este amor es una pobre respuesta al gran amor que hemos recibido de él (1 Jn 4:10). Por lo tanto, si la adoración no surge como una respuesta genuina de nuestro amor a Dios, todo lo que hagamos no pasará de ser simples ritos religiosos fríos y secos, carentes de significado, y que de ninguna manera agradarán a Dios.

Ahora bien, todos sabemos que el verdadero amor a Dios implica entrega absoluta. El Señor nos enseñó que para amarle hay que hacerlo con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente (Mt 22:37). Así pues, la adoración genuina implica la entrega de todo lo que somos como una ofrenda de amor. Podemos encontrar una buena ilustración de esto en el sacrificio de los holocaustos que se realizaban en el Antiguo Testamento. La particularidad que tenía este tipo de ofrenda era que el animal se ofrecía completamente al Señor en olor grato, a diferencia de los otros sacrificios en los que se reservaban diferentes partes para los sacerdotes o el oferente (Lv 3:1-9). Así que, podríamos decir que la adoración es una "ofrenda del todo quemada", donde el adorador no se queda nada para sí mismo, sino que se entrega sin reservas a Dios, consagrándole su vida entera a él. Parece que el apóstol Pablo tenía este tipo de sacrificio en mente cuando exhortaba a los cristianos en Roma:

(Ro 12:1) "Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional."
Y si meditamos un poco más en esto, rápidamente nos daremos cuenta de que la expresión plena de este tipo de devoción la encontramos en Cristo cuando entregó su vida al Padre en la Cruz:
(Ef 5:2) "Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante."

Por lo tanto, adorar a Dios implica también sumisión y obediencia. No podemos adorarle sin haber rendido previamente nuestra voluntad ante él para servirle en todo cuanto nos manda. Ya hemos visto un buen ejemplo de esto en el pasaje de Apocalipsis antes citado, en el que en una escena celestial "los ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono"

 (Ap 4:10). El hecho de colocar sus coronas a los pies del Señor es una forma de expresar su sumisión, reconocimiento y entrega absoluta.

La conclusión de todo esto es que no podemos reducir nuestra adoración a unas bonitas expresiones de nuestros labios, porque antes de que Dios escuche lo que decimos, primeramente mira nuestros corazones. Esta fue la razón por la que tanto Jesús como los profetas del Antiguo Testamento tuvieron que reprender reiteradamente al pueblo de Israel:

(Mr 7:6) "Respondiendo él, les dijo: Hipócritas bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de mí."

Su problema consistía en que cuando ofrecían su adoración a Dios, lo que decían sus labios no se correspondía con la actitud interior de sus corazones. No había obediencia a su Palabra, lo que era una triste evidencia de su falta de amor por él (Jn 14:15).
Ahora bien, una vez que hemos señalado que la adoración surge de un corazón que ama y se entrega completamente a la voluntad de Dios, hay que decir también que le adoramos cuando nos dirigimos a él para expresarle la admiración que le profesamos. Esto lo podemos hacer principalmente por medio de la oración y también del canto.

(He 13:15) "Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesen su nombre."

Por supuesto, esta admiración surge y crece en nosotros al considerar por medio de su Palabra cómo es él; su naturaleza, sus atributos, su carácter y también sus obras. Es entonces cuando nos rendimos a él mientras nos deleitamos en contemplar de forma reverente su gloria.
También es importante aclarar que la adoración va más allá de nuestras acciones de gracias por sus bendiciones recibidas. Debemos notar la diferencia entre adoración y acción de gracias. Porque mientras que en la acción de gracias el foco de nuestra atención está en las cosas que hemos recibido de Dios, en la adoración la atención se centra en lo que Dios mismo es.

Podemos pensar en una sencilla ilustración que nos puede ayudar a entenderlo mejor: Imaginemos unos novios que han quedado para verse. En un momento el chico saca un precioso anillo que le regala a su novia. Inmediatamente la muchacha mira el regalo fascinada mientras se lo pone en el dedo y le da las gracias a su novio. Pero según va pasando el tiempo, el anillo pasa a un segundo plano y toda la atención de la chica vuelve a estar puesta nuevamente en su amado, en quien no ve más que virtudes.

Y de la misma manera, nosotros también estamos maravillados de la gracia de Dios sobre nosotros y de sus muchas bendiciones, pero más importante que cualquiera de ellas, es Dios mismo, a quien admiramos y adoramos por quién es él. En este sentido el apóstol Pedro hizo un breve resumen de nuestra nueva posición en Cristo, pero no se detuvo ahí, sino que expresó que todo esto que hemos recibido por gracia nos debe llevar a "anunciar sus virtudes" en un espíritu de auténtica adoración.

(1 P 2:9) "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios para que anunciaseis las virtudes de aquel que os llamo de las tinieblas a su luz admirable."
Tenemos que tener mucho cuidado con esto, porque con facilidad nos detenemos pensando en lo que ahora somos en Cristo y en cuántas bendiciones hemos recibido de él, y no llegamos a adorarle por lo que Dios mismo es. Si queremos ser verdaderos adoradores tenemos que dejar de pensar en nosotros mismos para concentrar toda nuestra atención en quién es Dios.

2. El papel de la música en la adoración

Ya hemos dicho que en la Biblia encontramos dos maneras principales de adorar a Dios: por medio de la oración y también con el canto. En el libro de los Salmos, que podríamos decir que servía de "himnario" para los creyentes del Antiguo Testamento, encontramos la letra de muchos cánticos de adoración. Por cierto, este es el libro más largo de la Biblia, lo que nos da una idea de la importancia que Dios da a la música.

Sin embargo, habiendo dicho esto, hay que decir también que es un error limitar la adoración exclusivamente al canto, porque también encontramos otras muchas ocasiones a lo largo de la revelación bíblica en las que diferentes personas adoraron a Dios por medio de sus oraciones.
Y por otro lado, no todas las canciones que cantamos son de adoración y alabanza a Dios. Y aunque en muchos círculos se asocia "la alabanza" con el periodo dedicado a la música, esto no es exacto. Hay himnos en los que el tema es la confesión, o la petición de protección, o la acción de gracias por algún don recibido... pero no la adoración. Así que, si buscamos adorar a Dios con nuestra música, será necesario elegir bien las canciones, prestando especial atención a su letra.
Además, la música, como todas las cosas buenas que Dios ha creado, se pueden usar de una forma inapropiada. Y no cabe duda de que el uso de la música en la adoración a Dios conlleva varios peligros de los que ninguno estamos libres. Reflexionemos sobre algunos de ellos:

·         En primer lugar, en algunas culturas es muy fácil dejarse llevar por el ritmo de la música sin pensar en nada de lo que dice su letra. En otros casos podemos tararear canciones cristianas "pegadizas" sin reflexionar en ningún momento en su contenido. Otras veces la música tiene ritmos tan "fuertes", que es casi imposible entender su letra. En todos estos casos, no es posible tener una experiencia de intimidad con el Señor que nos lleve a una auténtica adoración. Debemos recordar la exhortación del salmista: "Cantad con inteligencia" (Sal 47:7). Porque cantar o escuchar música cristiana sin prestar atención a lo que se dice, no es algo que debamos identificar con la adoración.

·         En segundo lugar, y es muy triste decirlo, parece que muchas veces los cristianos se fijan más en los cantantes que en Dios mismo. Parecen sentir por ellos una fascinación similar a la que los del mundo tienen por sus ídolos musicales. Pero el tiempo de adoración no es para exhibirnos a nosotros mismos, o los dones que Dios nos ha dado, sino para dirigir nuestras miradas hacia Dios. Siempre existe la tentación de convertir esos dones y talentos en el centro de la adoración, usurpando así el lugar que legítimamente sólo le corresponde al Señor. Los cantantes cristianos tienen una gran responsabilidad en este punto.

  En tercer lugar, algunos cantantes cristianos, conocidos actualmente como "los grandes adoradores", son responsables del tremendo empobrecimiento de mucha de la adoración que hoy se ofrece a Dios por medio de la música. Sólo hay que ver la pobreza de sus letras, que en muchos casos sólo consiste en unas sencillas frases que se repiten indefinidamente. Esta escasez de términos y conceptos en la adoración no tiene nada que ver con la riqueza que brota de las Sagradas Escrituras.

 En cuarto lugar, también existe el peligro de pensar que Dios está más presente en nuestra adoración cuando contamos con buenos medios técnicos, bien sea de sonido, iluminación, coros, cantantes famosos... Pero eso no es cierto. De hecho, esto nos puede llevar fácilmente a la arrogancia. El profeta Isaías nos ha dejado un hermoso versículo que conviene recordar en relación a esto: "Así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados" (Is 57:15). A Dios no le impresiona nuestra super organización, porque él es el Alto y Sublime, el que habita la eternidad. Y su presencia en nuestras vidas sólo está garantizada por un corazón quebrantado y humilde ante él.

·         En quinto lugar, en muchas ocasiones se han sustituido los himnos congragacionales que todos los creyentes podían cantar juntos, por otro tipo de canciones que sólo pueden ser cantadas por un interprete sobre un escenario. Esto priva a la iglesia de identificarse adecuadamente con la adoración, dejándola en manos de los "profesionales", mientras que el resto de la congregación sólo puede dar palmas y aguantar de pie por largos periodos de tiempo sin poder hacer otra cosa.

En sexto lugar, a nadie se le escapa el hecho de que en el día de hoy la música cristiana se ha convertido para algunos cantantes en un importante negocio que no sólo les reporta grandes beneficios económicos, sino también fama y popularidad similares a las de los cantantes del mundo. Y con el fin de ampliar su mercado, no dudan en imitar los ritmos mundanos o de alternar canciones dedicadas al Señor con otras de carácter totalmente profano.

Ahora bien, habiendo considerado algunos de los peligros que puede haber cuando se utiliza la música en la adoración, debemos volver a enfatizar que su uso correcto no debe ser nunca despreciado. Por el contrario, aunque no necesitamos la música para adorar a Dios, sin embargo, la Biblia nos enseña que es un aspecto importante de nuestra relación con él. Como ya hemos dicho, todo el libro de los Salmos es un buen ejemplo de esto. Y en nuestro tiempo es muy importante que el Señor siga levantando a hermanos con dones que sean capaces de crear nuevas composiciones musicales que nos ayuden en nuestra alabanza a Dios por medio del canto.

3. Dios y la obra de la Cruz deben estar en el centro de nuestra adoración

Aunque esto es obvio, siempre debemos recordar que sólo podemos dirigir nuestra adoración a Dios. Es importante que tengamos cuidado con esto. No olvidemos que Dios es celoso y no comporte la adoración de su pueblo con nadie más.

(Is 42:8) "Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas."
(Ex 34:14) "Porque no te has de inclinar a ningún otro dios, pues Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es."

Dios tiene que ser el centro de nuestra adoración, y todo lo demás debe quedar en un plano secundario. Es más, en último término, no necesitamos ninguna otra cosa para adorar a Dios.
Ahora bien, ¿por qué decimos esto que parece tan evidente? Bueno, porque siempre que queremos hacer algo para el Señor, el camino está lleno de tentaciones. Por ejemplo, como ya hemos señalado, es relativamente fácil que el líder de alabanza se convierta en el centro de la adoración, o que nuestra adoración esté enfocada más en el hombre que en Dios, gloriándonos de nuestra nueva posición ante Dios en lugar de mirar a Cristo y su obra en la cruz por medio de la cual hemos recibido todo lo que somos y tenemos.
En este punto es importante decir también que la cruz de Cristo debería tener un lugar central no sólo en nuestra vida y servicio, sino también en nuestra adoración. Sin la obra de la cruz, nosotros todavía estaríamos bajo la ira de Dios, expuestos al juicio y a la condenación. Es por la cruz que hemos encontrado la reconciliación con Dios y es allí donde podemos apreciar de forma totalmente nítida cómo es Dios. El apóstol Pablo expresó con claridad el lugar central que la cruz ocupaba en su ministerio y adoración:

(Ga 6:14) "Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo"

Así pues, la adoración debe estar centrada en Dios y en la obra suprema de Cristo en la cruz. Sin embargo, debemos decir aquí que lamentamos cómo la cruz ha ido desapareciendo de muchas de las canciones de adoración cristiana. Se habla mucho del triunfo de Cristo, de su exaltación en gloria, de su majestad... y aunque todo es completamente cierto y lo suscribimos sin reservas, nunca deberíamos olvidar que Jesús fue "coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte" (He 2:9). Los profetas del Antiguo Testamento anunciaron "los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos" (1 P 1:11). Y las huestes celestiales adoran al Cordero que fue inmolado (Ap 5:12). Toda adoración que no tome en cuenta la obra de la cruz siempre será pobre e incompleta.

Por otro lado, tampoco debemos olvidar que es imposible honrar al Padre sin honrar al Hijo.
(Jn 5:23) "Para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió."

Nunca está de más hacer énfasis en esta gran verdad, máxime cuando hay grupos llamados cristianos que niegan la naturaleza divina del Hijo y que por lo tanto no le adoran como Dios. Pero como vemos, la Palabra nos enseña lo contrario: "que todos honren al Hijo como honran al Padre". Encontramos numerosos ejemplos de esto en personas que durante el ministerio terrenal de Jesús le adoraron, lo que era especialmente significativo si tenemos en cuenta que la mayoría de ellos eran judíos monoteístas que de ninguna manera habrían hecho algo parecido con nadie que no fuera Dios. Veamos algunos ejemplos:

·         (Mt 2:11) Los magos venidos de oriente adoraron a Jesús cuando lo encontraron en Belén.
·         (Mt 14:33) Los discípulos le adoraron cuando subió a la barca después de haber calmado la tempestad.
·         (Mt 28:8) Las mujeres que habían ido a la tumba le adoraron después de su resurrección.
·         (Mt 28:17) También los once discípulos le adoraron cuando le vieron resucitado.
·         (Jn 9:38) Un ciego sanado por el Señor también le adoró.

Y por último, quizá debemos añadir una reflexión acerca de la adoración que la Iglesia Católica ofrece a la virgen María. En cuanto a esto, ya hemos dicho que Dios es celoso y no comparte su gloria con nadie más. Quien se atreva a hacerlo tendrá que darle cuentas por ello. Además, no encontramos ni un solo ejemplo en la Biblia en la que los cristianos dieran culto a María, ni que tampoco le atribuyeran ninguno de los títulos con los que el catolicismo pretende honrarle, dándole a veces más importancia a ella que al mismo Hijo de Dios.

4. La adoración no es una actividad opcional

Debemos decir también que este reconocimiento de la dignidad absoluta de Dios que hacemos por medio de la adoración no es una actividad optativa. Dios está buscando que su pueblo sea un pueblo de adoradores, que anuncian las virtudes de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 P 2:9). Tan importante es el tema, que aparece una y otra vez a lo largo de toda la Biblia.
·         Todo comenzó en el huerto del Edén cuando el hombre decidió que iba a dejar de adorar a Dios.
·         Posteriormente Dios llamó a Abraham de Ur de los caldeos para formar a partir de él un pueblo que dejando los dioses paganos que había en su entorno, adoraran al único Dios verdadero. De esta manera, tanto Abraham, como su hijo Isaac o Jacob, se caracterizaron por ser hombres de tienda y altar, es decir, peregrinos y adoradores.

·         En el libro de Éxodo vemos que Dios envió a Moisés para liberar a Israel de la esclavitud de Egipto y que de esta manera pudieran adorarle. En este sentido es interesante notar la lucha que Faraón sostuvo con Moisés con el propósito de impedir que el pueblo fuera adorar a Dios. Primero se negó a ello con total rotundidad, pero después de que las diversas plagas fueron haciendo mella en él, fue cediendo, pero siempre poniendo condiciones: en principio obligándoles a ofrecer sus sacrificios a Dios dentro de la tierra de Egipto (Ex 8:25-27), luego dejando que sólo fueran los varones del pueblo (Ex 10:8-11), más tarde impidiéndoles que llevaran animales para el sacrificio (Ex 10:24-26), hasta que finalmente, como no podía ser de otra manera, Dios ganó el pulso a Faraón y éste les dejó salir sin condiciones para que adoraran a su Dios fuera de Egipto con todo lo que eran y tenían.

·         En su viaje por el desierto Dios les dio la Ley junto con diversas instrucciones acerca de cómo debían adorarle. Además les mandó construir un tabernáculo donde Dios manifestaba su gloria en medio de su pueblo.

·         Más adelante, vemos a lo largo de todos los libros históricos y proféticos del Antiguo Testamento el énfasis y la importancia que la adoración tenía en la vida del pueblo de Israel. En relación a esto, el rey David jugó un papel muy importante, porque tuvo en su corazón edificar una casa permanente a Dios donde su pueblo pudiera adorarle. Y aunque él no pudo materializar el proyecto, dejó todo preparado para que su hijo Salomón lo llevara a cabo. Este ejemplo fue seguido también por algunos de los reyes que les sucedieron en el trono, pero en contraste con esto, debemos subrayar el pecado de Jeroboam, el rey que hizo pecar a Israel al levantar dos lugares de adoración idolátrica, lo que sirvió para que el pueblo abandonara el culto a Jehová. Muchos fueron los profetas que denunciaron su pecado y que hicieron un llamamiento a la nación para que se volvieran a la adoración al único Dios verdadero. Desgraciadamente no tuvieron éxito, y por su insistencia en seguir a los dioses paganos, la nación fue llevada en cautiverio; Israel a Asiria y Judá a Babilonia.

·         El Señor Jesucristo continuó en la misma línea que los profetas del Antiguo Testamento, denunciando en el mismo templo la falsa adoración que Dios estaba recibiendo. Él llegó a decir que los religiosos de su tiempo habían convertido la casa de Dios en una cueva de ladrones (Mt 21:13), lo que le acarreó el odio homicida de los líderes religiosos de Israel.

·         Los apóstoles que predicaron el evangelio en medio de culturas paganas, tuvieron como objetivo reconciliar a los hombres con el único Dios verdadero, a fin de que se volvieran adoradores suyos. Pablo exhortaba a los idólatras de Listra de esta manera: "Os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo cielo y la tierra, y todo lo que en ellos hay" (Hch 14:15). Y en otro lugar, el mismo apóstol denunció a los paganos en Roma porque "habiendo conocido a Dios no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias", sino que "cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador" (Ro 1:21-25). Y esta actitud del hombre siempre atrae sobre él la ira de Dios.

·         En el libro de Apocalipsis vemos que la actividad constante en el cielo es la adoración. De hecho, este libro nos enseña que el acto que determina nuestro destino final es la adoración: ¿Adoraremos a Dios o a la bestia y a su imagen? Todos adoramos algo, aunque no nos demos cuenta de ello. Si no adoramos a Dios, adoraremos a algo o alguien más. Y en Apocalipsis vemos que el final de nuestra historia se decide por la cuestión de a quién adoramos.
Queda claro a lo largo de toda la revelación bíblica, que el propósito por el que hemos sido creados y redimidos es para que seamos adoradores de Dios. Y como decíamos, esta no es una actividad opcional, sino que como hacía el rey David, debemos exhortarnos continuamente a nosotros mismos para adorarle:

(Sal 103:1-2) "Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios."

5. Adoración pública y privada

Muchos cristianos asumen que determinadas reuniones de la iglesia guardan una relación especial con la adoración, y sin duda, esto es totalmente correcto. Pero cabe la posibilidad de caer en la equivocación de pensar que sólo en esas reuniones podemos adorar a Dios. Pensar así sería un grave error, porque Dios espera que en cada momento de nuestras vidas le adoremos. Por eso, junto con nuestro tiempo de oración diario debemos dedicar tiempo también a la adoración.
En realidad, los cultos que dedicamos en la iglesia para alabar a Dios son un reflejo de lo que diariamente hacemos en la intimidad con el Señor. Si no pasamos tiempo cada día adorando a Dios, nuestros cultos serán fríos. Y no se puede hacer responsable de esto exclusivamente al pastor o al líder de alabanza. Cada creyente debe ir preparado para adorar a Dios. Recordemos la ordenanza en el Antiguo Testamento que prohibía que ningún israelita se presentase delante del Señor con las manos vacías (Ex 23:15) (Ex 34:20). El tipo de ofrendas podían variar; había becerros, ovejas, cabras o incluso palominos. Una persona podía traer desde un animal tan grande como un becerro, hasta uno tan pequeño como un palomino, pero de ninguna manera podía ir con las manos vacías. Y ahora en nuestro tiempo, no podemos llegar a la iglesia para ver que han preparado los líderes, descargando sobre ellos toda nuestra responsabilidad de adorar a Dios. Cada uno de nosotros debemos implicarnos en ello, y para esto es imprescindible llegar preparados desde nuestros hogares, habiendo pasado tiempo cada día de la semana en la presencia del Señor.

6. Adoración y servicio

A veces la adoración puede parecer algo muy teórico y abstracto, pero de ninguna manera podemos entenderlo así. El Señor Jesús nos enseñó que adoración y servicio tienen que ir íntimamente ligadas.
(Mt 4:10) "Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás."

La adoración que no involucra nuestro servicio a Dios no es verdadera. Hacerlo bien implica la entrega a Dios de nuestras energías, tiempo, trabajo, lealtad, amor, todo cuanto somos y tenemos.
Y también implica el servicio a nuestros semejantes.

(He 13:16) "Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios."

(Fil 4:18) "Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios."

Estos dos pasajes emplean los sacrificios del Antiguo Testamento para ilustrar que la ayuda mutua entre los creyentes debe formar parte de la adoración que Dios desea recibir. Por lo tanto, la adoración es algo muy práctico.

7. A Dios no le agrada cualquier tipo de "adoración"

Los profetas de la antigüedad advirtieron al pueblo de Israel que mucha de la adoración que ofrecían a Dios, él la aborrecía. Veamos los fuertes términos en los que Dios expresó esto:
(Is 1:12-14) "¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios? No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas."

(Am 5:21-24) "Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré en vuestras asambleas. Y si me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no los recibiré, ni miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales engordados. Quita de mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos. Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo."

La idea de que "todo vale" en la adoración no sólo es falsa, sino que además es sumamente peligrosa.

8. Adorar incorrectamente puede ser peligroso

Debemos tener presente que el verdadero adorador siempre se acerca a Dios consciente de su propia indignidad. Recordemos las palabras del profeta Isaías cuando vio al Señor en su trono alto y sublime:

(Is 6:5) "¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos."
O las de Job:
(Job 42:5-6) "De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza."
O las del apóstol Pedro:

(Lc 5:8) "Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador."

Nosotros también debemos recuperar este santo temor y reverencia ante el Señor, no olvidando que Dios es fuego consumidor (He 12:28-28). Tomemos buena nota del caso Nadab y Abiú, los hijos del sumo sacerdote Aarón, los cuales ofrecieron fuego extraño que Dios no les había pedido y fueron consumidos por él dentro del mismo tabernáculo (Lv 10:2).

9. Beneficios de la adoración

No adoramos a Dios para ser bendecidos, pero indudablemente lo somos en la medida en que lo hacemos. No cabe duda de que a través de la adoración encontramos gozo, bendición, satisfacción y propósito para nuestras vidas.

Además, la adoración nos transforma y nos prepara para la vida eterna. Porque ya sabemos que ésta será nuestra ocupación primordial en el cielo, cuando nos unamos al coro de millones de seres que ya le están adorando. Así que, la adoración nos acerca más a lo que seremos eternamente.
Y también, en la medida que vamos creciendo en nuestra adoración a Dios, nuestra visión de quién es él se irá ampliando y ensanchando, llegando a conocerle mucho mejor y de forma más personal.

"El Padre tales adoradores busca que le adoren"


Después de estas consideraciones preliminares sobre lo que es la adoración, comenzamos ahora a considerar lo que el Señor Jesucristo le enseñó a la mujer samaritana acerca del tema. En primer lugar tenemos que detenernos en la sorprendente afirmación que el Señor hizo: "El Padre tales adoradores busca que le adoren".

Es probable que muchas personas piensen que Cristo llevó a cabo la obra de la cruz con el fin de librarnos de la condenación eterna en el infierno, y sin duda este es uno de los beneficios que recibimos todos aquellos que creemos en él, pero sin duda no es la meta final de nuestra salvación. En nuestro pasaje el Señor le explicó a la mujer samaritana que lo que Dios estaba buscando en último término eran auténticos adoradores. Este era el objetivo final de su misión. Para entenderlo correctamente tenemos que remontarnos al comienzo de la historia del hombre, cuando haciendo uso de la libertad que Dios le había dado, decidió creer a la serpiente que le incitaba a comer del árbol prohibido con la falsa promesa de que serían como Dios (Gn 3:5). Al hacerlo, el hombre y la mujer dejaron de tener a Dios como el centro de sus vidas, usurpando ellos mismos esta posición. En su nueva condición, dejaron de rendir su adoración a Dios, alejándose así de la razón por la que habían sido creados. Esta actitud trajo graves consecuencias para toda la raza, la más evidente fue la muerte, pero también dejó al hombre sin una verdadera razón para vivir, algo que desde entonces produce una constante sensación de vacío en el hombre. Ahora bien, la obra de Cristo en la cruz tiene el propósito de restaurar la relación del hombre con Dios, no sólo perdonando sus pecados, sino también volviendo a colocar a Dios en el centro de su vida, creando una correcta relación donde el hombre nuevamente vuelva a adorarle como el único Dios verdadero. Así pues, tenemos que deducir que el propósito de la conversación que Jesús tuvo con la samaritana tenía como finalidad llevarle a ser una verdadera adoradora de Dios. Y por supuesto, esta debe ser también nuestra meta cuando predicamos el evangelio a las personas inconversas.

Este es el propósito por el que el hombre fue creado, y no puede haber nada más noble y que llene su vida de una forma tan plena como adorar a Dios. Sin embargo, el pecado ha trastornado gravemente nuestros sentidos, de tal manera que incluso después de convertirnos seguimos experimentando dentro de nosotros mismos la tensión que nos produce muchas veces el querer seguir siendo el centro de nuestras propias vidas. Esto se refleja incluso hasta en la forma en la que oramos, donde manifestamos que en la mayoría de las ocasiones nuestras preocupaciones y anhelos giran en torno a nosotros mismos. Acudimos a Dios cargados con inmensas listas de peticiones que en la mayoría de los casos tienen como fin librarnos de enfermedades, angustias y problemas. Queremos recibir sus bendiciones y que nos prospere en todo lo que hacemos. Y aunque todas estas cosas pueden ser legítimas, cuando el Señor nos enseñaba a orar, puso en primer lugar la gloria de Dios. En (Mt 6:9-15)podemos notar que antes de que el Señor dijera que debemos pedir por el pan nuestro de cada día, o por el perdón de nuestros pecados, o el ser librados de tentación, primero nos enseñó a buscar la gloria del Padre y el cumplimiento de su voluntad:

(Mt 6:9-10) "Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra."
Con esto que decimos queremos mostrar que la adoración no es algo que surge de forma natural del corazón humano, ni siquiera del creyente. De hecho, mucho de lo que llamamos adoración no es más que una expresión de lo contentos que estamos con la nueva condición que ahora tenemos como creyentes. Pero nos cuesta mucho colocarnos a un lado para centrar toda nuestra atención en Dios y en su gloria. Para hacerlo es imprescindible la obra regeneradora y santificadora del Espíritu Santo en nuestras vidas, de otra manera nunca llegaremos a ser los adoradores que el Padre espera que seamos.
De todo lo anterior se deduce que los adoradores que Dios está buscando son aquellos que han entrado en una nueva relación con él por medio de la fe en su Hijo. Estos son los adoradores que el Padre está buscando. Porque mientras que no arreglemos nuestra relación con Dios por medio de la conversión y seamos regenerados por su Espíritu Santo, nuestro corazón seguirá estando en rebeldía, buscando una y otra vez el volver a ser el centro de toda la atención. Y en esa condición es imposible adorar a Dios.

"La hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre"

La mujer había preguntado sobre la adoración verdadera, y el Señor le estaba dando las claves para saber cuáles eran sus características fundamentales. Ahora es interesante notar que aunque el lugar designado por Dios para que su pueblo le adorara era Jerusalén, sin embargo, Jesús le anuncia un cambio que abriría los horizontes para una adoración universal. Estaba llegando "la hora" para este cambio. Como veremos a lo largo de todo el evangelio de Juan, "la hora" se refiere a la culminación de la obra de Cristo en la cruz y su posterior glorificación. Y fue el rechazo de los mismos judíos, quienes lo llevaron a la cruz, lo que abrió las puertas para esta nueva adoración universal, sin diferencias entre judíos y gentiles. Y uno de los aspectos más importante de esta nueva adoración es que ya no sería en un lugar concreto. A partir de ese momento todos los lugares sagrados han dejado de tener importancia. En este sentido es importante no olvidar que fue en el mismo momento en el que Jesús entregaba su vida en la cruz, que el velo del templo fue rasgado milagrosamente de arriba a abajo (Mr 15:38). De esta manera Dios estaba diciendo que se habían terminado las limitaciones para entrar a la presencia de Dios, quedando el camino abierto para que todas las personas pudieran entrar, y no sólo el sumo sacerdote judío una vez al año (He 9:6-8).
A partir de ahí Dios no está ligado a edificios, sino a su pueblo, que forma un templo santo en el Señor:

(Ef 2:19-22) "Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu."

Dios no sustituyó el templo en Jerusalén por otro templo o iglesia en otra parte del mundo. Ahora los verdaderos adoradores no se reúnen en un punto geográfico concreto, o en un edificio, sino en torno a una persona: el Señor Jesucristo.
(Mt 18:20) "Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos."

La verdadera adoración es moral

Es significativo que antes de que Jesús le describiera a la mujer samaritana la clase de adoradores que el Padre buscaba, le mandó que llamara a su marido (Jn 4:16-18). Esto puso al descubierto la vida inmoral que la mujer estaba viviendo. Y fue necesario hacerlo así, porque antes que de pudiera ofrecer un tipo de adoración que agrada a Dios, su pecado debía ser expuesto, confesado y perdonado.

Con esto coincide el salmista.

(Sal 24:3-4) "¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño."
Vez tras vez los autores bíblicos insisten en que la adoración sin moralidad es totalmente desagradable a Dios:

(Pr 15:8) "El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová"

(1 S 15:22) "¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros"

(Am 5:21,24) "Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré en vuestras asambleas? Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo"

(Is 1:11-17) "¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos. ¿Quién demanda esto de vuestras manos, cuando venís a presentaros delante de mí para hollar mis atrios? No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir; son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecidas mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas. Cuando extendáis vuestras manos yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos. Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda."

Y esto mismo es lo que Jesús denunció tantas veces en el comportamiento de los fariseos. Asistían a la sinagoga y al templo, escudriñaban las Escrituras, ayunaban, oraban y daban diezmos. Su vestimenta, su manera de hablar y de comportarse eran exageradamente religiosa. Sin embargo, sus corazones estaban llenos de pecado, de codicia y de orgullo. Jesús los describió como los que "devoran las casas de las viudas y por pretexto hacen largas oraciones" (Mr 12:40). Su corazón no se correspondía con su religiosidad externa, por lo que el Señor los denunció con mucha seriedad:
(Mt 23:27) "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia."

Todos nosotros debemos examinarnos bien antes de adorar a Dios. Porque nuestra adoración no será agradable si por ejemplo estamos haciendo negocios de una forma deshonesta, si estamos manteniendo una relación inmoral o abrigando resentimiento y venganza contra alguien que nos ha hecho daño.

Esto tiene que ver con la misma naturaleza de Dios. Veamos lo que que dijo el apóstol Juan:

(1 Jn 1:5-6) "... Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad."
(1 Jn 2:4,9) "? El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él? El que dice que está en la luz y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas."

Dios contrasta nuestras profesiones verbales con la realidad moral de lo que vivimos. Y para que la adoración sea agradable a Dios debe haber una unión indisoluble entre ellas.
De hecho, cuando el pecado está presente en nuestras vidas nos resulta imposible adorarle de forma genuina. El rey David experimentó esto cuando pecó con Betsabé, la mujer de Urías heteo (2 S 11). Y aunque él ocultó el pecado y actuó como si no hubiera pasado nada, sin embargo, su comunión con el Señor se vio afectada inmediatamente y se dio cuenta de que no podía adorar a Dios. El mismo David escribió un Salmo en el que relata su angustia:

(Sal 32:3-4) "Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano."

Pero todo cambió cuando David confesó su pecado. A partir de ahí la comunión con Dios fue restaurada y nuevamente brotaron la adoración y la alabanza.

(Sal 32:5,11) "Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado... Alegraos en Jehová y gozaos, justos; y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón."

"Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu"

Como hemos visto, el Señor le explicó a la mujer que la adoración aceptable a Dios no dependía del lugar en el que se ofrece, sino del estado del corazón del que lo rinde. Ahora vamos a ver también que la verdadera adoración se basa sobre dos hechos primordiales: debe ser "en espíritu y en verdad".

¿Qué significa esto de adorar a Dios "en espíritu"?

En primer lugar, con estas palabras Jesús nos estaba enseñando que la naturaleza de nuestra adoración debe estar de acuerdo con la naturaleza del Dios a quien adoramos, y "Dios es Espíritu". Esto quiere decir que no tiene partes corporales ni limitaciones materiales. Esta es una de las razones por las que Dios prohibió siempre en su palabra que los hombres hicieran ninguna representación de él. El profeta Isaías lo expresó de la siguiente manera:

(Is 40:18) "¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis?"
Si leemos toda la porción de este capítulo, nos daremos cuenta que Dios estaba indignado con su pueblo porque hacían representaciones de él que intentaban embellecer de todas las formas posibles. Pero esto, además de ser absurdo, era algo que Dios mismo había prohibido en la ley:
(Ex 20:4-5) "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen"

Por lo tanto, en nuestra adoración a Dios no debemos usar imágenes porque no se corresponden con su naturaleza espiritual, ni tampoco le agradan.
En segundo lugar, la adoración "en espíritu" tiene que ver con el nuevo nacimiento o la conversión, que como recordaremos debía ser por el Espíritu (Jn 3:5-8). De esta manera llegamos a ser "hijos de Dios" (Jn 1:12) y así adquirimos el derecho de tratar a Dios como nuestro Padre. Este es un detalle importante. Notemos que no dice que "Dios busca adoradores", sino que el "Padre busca adoradores". Para la verdadera adoración tiene que haber una relación íntima con Dios, debe ser nuestro Padre, y esto sólo es posible por la conversión.

En tercer lugar, se trata de una adoración en la que el espíritu tiene un papel primordial. Esto quiere decir que lo más importante es que la adoración surja del corazón. Eso es lo que Dios mira principalmente cuando escucha nuestras oraciones. No se fija tanto en el lugar donde lo hacemos, ni tampoco en la postura corporal que adoptamos al hacerlo. Los samaritanos discutían sobre el lugar correcto para adorar, y los fariseos se gloriaban en sus ritos exteriores. En nuestros días algunos cristianos parecen creer que la adoración está íntimamente ligada con el movimiento de nuestro cuerpo y por eso elaboran elegantes coreografías. Otros aplauden con las manos, se balancean y gritan constantemente sus aleluyas. En contraste los hay que prefieren adorar de rodillas, sentados o de pie. Frente a todo esto debemos volver a repetir que la verdadera adoración es "en espíritu". Nuestros movimientos corporales no pueden añadir nada a la adoración. Aunque siempre tendremos que tener cuidado para que nuestra actitud al adorar sea compatible con la seriedad y reverencia que nuestro Dios merece (He 12:28-29). Porque no sería digno de él que adoptáramos bailes sensuales al estilo del mundo para adorar a nuestro Dios. Y de la misma manera, tampoco sería apropiado un grado de seriedad extremo, que pareciera que el adorador se encuentra asistiendo a un funeral. En cualquier caso, insistimos en que Dios escudriña nuestros corazones antes de escuchar lo que nuestros labios dicen (Is 29:13). Y también sabemos que es posible doblar la rodilla físicamente sin doblegar nuestro corazón y voluntad ante sus mandamientos. Ninguno estamos libres de poner el énfasis en los aspectos externos de la adoración, y en este sentido debemos recordar las frecuentes advertencias del Señor Jesucristo sobre los peligros de una religión externa. Por esta misma razón, no debemos hacer depender nuestra adoración de nada externo. Y quizá en este punto podamos preguntarnos, por ejemplo, qué ocurriría en muchas iglesias si eliminasen la música de los cultos de adoración.

En cuarto lugar, la adoración verdadera es la respuesta de nuestro espíritu al Espíritu de Dios. Esto significa que es el Espíritu Santo el que nos permite y nos insta a adorar. Veamos cómo lo expresaba Pablo:

(Ef 2:18) "Porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre."
(Ro 8:15) "Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba Padre!"
(Ro 8:26) "Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles."

En realidad, necesitamos que el Espíritu Santo venza la resistencia que hay en cada uno de nosotros para adorar a Dios. Porque todos sabemos que la naturaleza humana es egocéntrica, mientras que la adoración está centrada en Dios. Es por eso que necesitamos que el Espíritu Santo nos pueda elevar de nosotros mismos, pueda cambiarnos y enfocar nuestra devoción en Dios.

"Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en verdad"

Por otro lado, debemos adorar al Padre "en verdad". Esto nos recuerda que Dios es racional y que la verdadera adoración debe involucrar nuestra mente.

Esto implica en primer lugar que si no pensamos lo que hacemos cuando adoramos, Dios no recibe nuestra adoración. Cantar bellos himnos, orar de forma mecánica y repetitiva sin pensar en lo que decimos, esto no le agrada a Dios. Como Jesús dijo, esto no es más que "vanas repeticiones" y "palabrería" (Mt 6:7). ¿Qué sentido puede tener incluso que expresemos hermosos términos bíblicos en frases gastadas de las que hemos olvidado su verdadero significado?
En la verdadera adoración debe estar involucrada nuestra mente. Sin lugar a dudas, estos conceptos son extraños en gran parte del cristianismo moderno, donde lo que importa en la adoración son los sentimientos y el estado de ánimo. Pero el Señor repitió varias veces que nuestro amor por él debe incluir también nuestra mente:

(Mt 22:37) "Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente."

Debemos cuidarnos de cualquier forma de adoración emocional que no utiliza cabalmente el intelecto. Es cierto que en ocasiones parece que una adoración así está en un nivel superior, pero eso es falso. Nuestra mente debe tomar parte activa en nuestra adoración. Es necesario que prestemos atención y entendamos lo que cantamos y oramos.

(1 Co 14:15-16) "¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento. Porque si bendices sólo con el espíritu, el que ocupa lugar de simple oyente, ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? pues no sabe lo que has dicho..."

Dios insiste en que nuestros cultos de adoración tienen que ser comprensibles para todos. Por esta razón el apóstol Pablo escribiendo a los Corintios dedicó un capítulo entero para poner orden en el culto público (1 Co 14), y su finalidad era que las personas pudieran entender lo que se decía. Con esta finalidad impidió que todos hablaran a la vez (1 Co 14:31), también prohibió hablar en lenguas en la iglesia si no había intérprete, porque de otra manera las personas no entenderían lo que se decía (1 Co 14:28). El jaleo, el griterío incomprensible, el bullicio no tiene nada que ver con la verdadera adoración, más bien, puede dar la justa impresión de que estamos locos (1 Co 14:23).

Tampoco podemos convertir la adoración en una repetición ciega de frases como si se tratara de un mantra que los budistas repiten una y otra vez sin pensar en lo que dicen, o como el rosario que los católicos rezan a toda velocidad sin reflexionar sobre lo que dicen, únicamente concentrados en llevar bien sus cuentas.

En segundo lugar, no existe tal cosa como una adoración verdadera basada en la ignorancia. Jesús mismo tuvo que decir a la mujer samaritana que "vosotros adoráis lo que no sabéis", lo que descalificaba su adoración. Y de la misma manera, el apóstol Pablo predicó el evangelio a los atenienses para que dejaran de adorar "al Dios no conocido" (Hch 17:23). Es imposible adorar a un Dios a quien no se conoce.

Por esta razón, Dios se ha revelado para que sus criaturas le conozcan y puedan adorarlo tal como él es. Porque si ignoramos su Palabra, lo más probable es que estemos adorando a un dios que es producto de nuestra propia imaginación y además lo estaremos haciendo de una forma que le desagrada. Así pues, la verdadera adoración debe estar arraiga en su Palabra revelada. Debemos conocer a Dios antes de poder adorarle correctamente.

La lectura y exposición de las Escrituras deben ocupar un lugar muy importante en nuestros cultos de adoración. De esta manera conoceremos a Dios y podremos adorarle correctamente. Además, el considerar en la Biblia cómo los santos de la antigüedad adoraban a Dios, también servirá para enriquecer nuestra propia adoración. Dios no puede ser adorado por un pueblo que no conoce su Palabra. En este sentido, podemos considerar el terrible daño que la Iglesia Católica hizo por siglos cuando prohibió al pueblo llano tener y leer la Biblia en su propia lengua. Pero el mismo daño nos hacemos a nosotros mismos, si teniendo ahora la libertad de disponer de la Palabra, no la leemos ni la estudiamos.

En tercer lugar, los verdaderos adoradores se ajustan a lo enseñado por Dios en toda su Palabra. Este era el gran problema de los samaritanos, que sólo admitían los cinco primeros libros de la Biblia, rechazando el resto. Pero como el Señor mismo enseñó, tan grave era quitar de la Palabra como añadir, y esto era lo que hacían por su parte los judíos. Ellos habían añadido sus propias tradiciones, al punto de que no dejaban ver la Palabra, y por esta razón Jesús les dijo que "en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres" (Mt 15:9). Nada importaba que su adoración estuviera dirigida al Dios verdadero si no tenían en cuenta lo que él había dicho.

La historia bíblica nos ha dejado abundantes testimonios del hecho de que cuando el hombre no basa su adoración en la Palabra, fácilmente su adoración se vuelve supersticiosa, absurda y en muchos casos cruel.

Por lo tanto, la verdadera adoración debe consistir en la respuesta espontánea del hombre a algún concepto, a alguna percepción de carácter de Dios que aprendemos por su Palabra y que enciende nuestro corazón.

Y esto debe ser así también cuando nuestra alabanza la expresamos a través de la música. El apóstol Pablo exhortó sobre esto a los colosenses:

(Col 3:16) "La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales."

Notemos que para poder enseñar, exhortar o cantar al Señor, primeramente debemos estar llenos de la Palabra de Dios.

No obstante, el conocimiento de la Palabra, no garantiza por sí mismo que vaya a haber una verdadera adoración. Siempre es posible tener muchísimo conocimiento acerca de la Biblia y nunca arrodillarse ante Dios en adoración. Pero tampoco el extremo opuesto es mejor, es decir, el de aquellos que que tienen mucho "celo de Dios, pero no conforme a ciencia" (Ro 10:2). Debemos cuidarnos de no caer en ninguno de los dos extremos.

Gerardo Malovini.


lunes, 28 de marzo de 2016



El Segundo Mandamiento:

 “No te harás imagen…”

“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra: No te inclinarás á ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos, sobre los terceros y sobre los cuartos, á los que me aborrecen, Y que hago misericordia en millares á los que me aman, y guardan mis mandamientos.” (Exodo 20:4-6)

El segundo mandamiento prohíbe la adoración del Dios verdadero en una manera falsa y prohíbe también la fabricación de imágenes.


Imágenes: En esta prohibición están incluidos los ídolos, imágenes y muñecos de oro, plata, yeso, etc. que se encuentran en los templos católicos. Este mandamiento trata con la adoración de Dios a través de las imágenes. El texto dice: “No te inclinarás ante ellas, ni las honrarás”. Es importante señalar que este mandamiento no prohíbe el arte, la pintura o la escultura, sino que prohíbe el uso de imágenes religiosas en la adoración de Dios.

Algunas personas creen que se prohíbe que hagamos imágenes de cualquier cosa. Si esto fuera así, entonces estaría prohibido sacar fotos, ver la televisión, el cine, los periódicos, revistas e incluso el uso del dinero, pues aún los billetes traen imágenes. Tal interpretación de este mandamiento es absurda. El mandamiento incluye cualquier semejanza de las cosas en el cielo, en la tierra y en las aguas debajo de la tierra para adorar al Señor.

Entonces, no importa si es un crucifijo, un dibujo, una medalla, un escapulario, un cristo, una virgen o algún supuesto santo. También cualquier otro objeto que “sirva” para dar protección contra los peligros, accidentes, enfermedades o para hacer huir a los malos espíritus (brujerías y supersticiones tales como los amuletos, los signos del horóscopo, etc.). Todas estas cosas son prohibidas por Dios en el segundo mandamiento.

Igualmente prohíbe el uso de figuras y estatuas de Jesucristo como hombre, porque todas ellas se hacen en la semejanza del hombre ideal, tal y como es concebido por los hombres. En este punto debemos advertir acerca del peligro de que un mal uso del material didáctico en la escuela dominical se convierta en una transgresión de este mandamiento.

¿Para qué sirven las imágenes?

¿Qué dicen aquellos que hacen uso de las imágenes y estatuas en la adoración para defenderse y justificar el uso de tales objetos? ¿Cuál es su propósito? Su respuesta a estas preguntas siempre es la misma: dicen que las imágenes nos ayudan en la adoración de Dios. Los grupos católicos dicen que tales objetos nos ayudan a acordarnos de Dios y a estar conscientes de su presencia. En otras palabras dicen que los ídolos son una manera para dar sustancia y realidad a nuestro concepto de Dios. Dicen que sin imágenes, sin cuadros y sin estatuas, la adoración resulta más difícil. Las imágenes son una representación visible de Dios que nos ayudan a concentrarnos en El.

Los católicos dicen que no adoran a la imagen o al ídolo sino al “espíritu” que representa. Esta es la misma respuesta que dan todos los idólatras en todas partes del mundo. Dicen que no tienen la intención de venerar a la imagen, sino que están adorando a su dios a través o mediante el uso de la imagen. Debemos tomar en cuenta lo siguiente: siempre cuando los hombres han hecho imágenes o ídolos visibles de sus dioses, más tarde han llegado a pensar que las imágenes mismas han estado habitadas por dichos dioses. Siempre las imágenes llegan a ser el centro de la adoración en lugar de aquello que supuestamente representan. En vez de ayudar a los adoradores, las imágenes los han llegado a confundir. Todo esto resulta por fin en que los adoradores se postran ante sus ídolos y los adoran.

Algunas veces se disculpa esta transgresión del segundo mandamiento argumentando que no se está adorando al ídolo, sino sólo venerándolo. Sin embargo, las mismas personas que veneran no pueden explicar cuál es la diferencia entre adorar y venerar. La verdad es que por más que quisieran demostrarlo, en realidad no existe ninguna diferencia entre adorar y venerar.

¿Por qué Dios prohíbe las imágenes? ¿Por qué prohíbe Dios la fabricación de ídolos o la adoración por medio de imágenes?

Vamos a dar cuatro respuestas.


En primer lugar, Dios prohíbe cualquier intento de hacer una imagen o una representación visible de El, porque no es posible hacer una imagen verdadera de El; nada es capaz de representarlo. La naturaleza y el carácter de Dios no pueden ser representados por medio de ninguna imagen. En otras palabras, Dios como Espíritu, no tiene ninguna semejanza a las cosas materiales de este mundo. Cristo dijo en Jn.4:24, “Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”.

Aún más importante, Dios como un ser vivo, infinito y personal, prohíbe que hagamos una representación visible de El. Cualquier intento de representar al “Dios infinito” por medio de cosas “finitas” no sólo fracasa sino que es un grave pecado. Ofende fuertemente a Dios pues le ubica al nivel de una criatura y aún más bajo. Las imágenes deshonran a Dios porque empañan su gloria. “Porque habiendo conocido á Dios, no le glorificaron como á Dios, ni dieron gracias; antes se desvanecieron en sus discursos, y el necio corazón de ellos fue entenebrecido. Diciéndose ser sabios, se hicieron fatuos, Y trocaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, y de aves, y de animales de cuatro pies, y de serpientes” (Romanos 1:21-23).

Una imagen verdadera de Dios no se ha de encontrar en todo el universo. Por lo tanto, no sólo hacer, sino concebir imágenes de Dios es en sí mismo un acto impío. Corrompe su majestad y gloria y se les imagina como no es. Dios se ha manifestado por medio de sus atributos. Su gloria consiste de la suma o la totalidad de estos atributos: su santidad, su justicia, su soberanía, su amor, su omnipotencia, su ira, etc. (Vea Exodo 33:18-19 y 34:5-8).

Todos aquellos que fabrican ídolos junto con aquellos que los respetan y veneran, manifiestan abiertamente que no conocen a Dios y que no saben nada de su gloria. Por ejemplo, cualquier persona que entiende la realidad de la omnipresencia de Dios (que Dios está en todas partes), no puede hacer ni mucho menos adorar a un ídolo. ¿No sería ridículo postrarse ante un cuadro del presidente de México cuando uno estuviera en la presencia del presidente mismo? La naturaleza espiritual de Dios y su omnipresencia dan por hecho que Dios no puede ser adorado ni honrado a través de ningún ídolo ni imagen. No es necesario hacer una representación física de alguien cuando éste ya está presente.

Además, no es posible representar ninguno de los atributos de Dios por medio de imágenes. Por ejemplo, la existencia eterna de Dios no puede ser representado por ningún ídolo. La santidad de Dios no puede representarse por ninguna imagen. La justicia de Dios no puede ser representada por ningún dibujo. Es imposible representar la soberanía de Dios por alguna semejanza. Su misericordia y su amor tampoco se pueden representar por medio de cosas visibles. En la profecía de Isaías, Dios pregunta: “¿A qué pues haréis semejante á Dios, ó qué imagen le compondréis?” (Isaías 40:18).

Solo aquellos que tienen ideas falsas y conceptos erróneos de Dios pueden honrar las imágenes que supuestamente le representan. Solamente aquellos que no saben nada de su verdadera naturaleza y carácter son engañados y caen en este pecado. Dios toma sus imágenes como un intento de disminuir su verdadera gloria y blasfemar su persona gloriosa. De hecho, Dios mismo dice en Exodo 20:5 que tales personas no le aman sino por el contrario, le aborrecen. Muchas personas se escandalizan con la idolatría de las tribus antiguas del mundo, quienes adoraban piedras, troncos, volcanes, supuestos extraterrestres, etc. sin darse cuenta que ellos están cayendo en el mismo error.


En segundo lugar, Dios prohíbe las imágenes porque enseñan mentiras. Cada imagen o representación de Dios no es sólo una mentira acerca de El, sino que también enseña mentiras acerca de El. Las imágenes no solo sugieren ideas falsas acerca de Dios, sino que imprimen en la mente humana errores de todo tipo respecto a su carácter y su voluntad. En Romanos capítulo 1 el apóstol Pablo explica cómo los idólatras cambian la verdad de Dios por una mentira (1:25). Habacuc 2:18 dice lo mismo: “¿De qué sirve la escultura que esculpió el que la hizo? ¿la estatua de fundición, que enseña mentira, para que haciendo imágenes mudas confíe el hacedor en su obra?” Cada ídolo o imagen enseña mentiras porque representa a Dios en una manera falsa y así le blasfema. Cualquier persona que piense debe darse cuenta de que Dios como un ser vivo, eterno, infinito y personal, no puede ser representado por un pedazo de madera o yeso. Las imágenes mienten porque pretenden representar a Dios cuando en realidad no lo hacen.

Las imágenes mienten en primer lugar, porque limitan a Dios quitándole sus atributos. Limitar a Dios es lo mismo que negarlo. Segundo, mienten porque distorsionan su carácter. Muy lejos de revelar el carácter verdadero de Dios, las imágenes le presentan en una manera equivocada y deforme. Tercero, las imágenes mienten porque obscurecen la verdad acerca de Dios. Es decir, ocultan al Dios verdadero en lugar de revelarlo. Cuarto, las imágenes mienten porque le reducen a un nivel meramente humano; peor aún, “le encierran” en un pedazo de yeso y dan la idea de que puede ser controlado y manejado por los hombres. Quinto, las imágenes mienten acerca de Dios porque niegan su verdad y su gloria.

Cabe señalar aquí que el Nuevo Testamento enseña que Satanás está detrás de cada ídolo que los hombres han hecho. (Vea 1Cor.10:19-20.) Sea que los hombres se percaten de ello o no, la Biblia dice que es el “padre de mentiras” quien inspira la fabricación y la adoración de las imágenes mentirosas. El diablo quiere que los hombres crean que Dios es semejante a una piedra o a un muñeco de madera. Todas las personas que respetan y veneran las imágenes, honran y sirven al diablo y no a Dios. Su “sinceridad” y su ignorancia no les excluye de estar transgrediendo el mandamiento divino.


En tercer lugar, Dios prohíbe las imágenes porque destruyen la naturaleza verdadera de la adoración. La naturaleza misma de la adoración excluye el uso de imágenes ¿Por qué? Porque Dios quiere que se postren ante El y no ante una imagen. Dios quiere que le adoremos con todo nuestro corazón; quiere la veneración que viene del alma y del espíritu, no un rito externo que no es más que el movimiento de nuestros labios o nuestro cuerpo. Millones de personas se han acercado a un ídolo y se han inclinado ante él; sin embargo, estas mismas personas jamás se han inclinado ante el Dios verdadero, ni tampoco se someterán a El.

Por otra parte, no es posible adorar a Dios a menos que lo hagamos en la manera que El ha señalado. No es posible adorar a Dios a menos que sea en espíritu y en verdad. Es por ello que la idolatría destruye la adoración verdadera. En Colosenses 2:20-23 el apóstol nos advierte respecto de aquellos que practican un “culto voluntario” en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres. La frase “culto voluntario” se refiere a lo que es de invención humana, o sea una forma de adoración que no ha sido autorizada por Dios. Todos aquellos que ofrecen a Dios su particular “culto voluntario”, en realidad no están adorando a Dios del todo. Y no hay duda de que el uso de imágenes en la adoración o cualquier práctica no autorizada por Dios es reprobado por la instrucción apostólica.


El cuarto motivo por el cual Dios prohíbe las imágenes es porque destruyen la naturaleza verdadera de la fe. La verdadera fe cristiana está basada en la revelación que Dios nos ha dado de sí mismo en su palabra escrita. Dios se ha manifestado no por medio de una imagen, sino por medio de un libro y por medio de una persona. El libro es la Biblia y la persona es el Señor Jesucristo.

El cristianismo verdadero consiste de una relación viva y personal con Dios (el Dios verdadero de la Biblia). Entramos a esta relación personal con Dios por medio de la fe en Cristo. El lado positivo de este segundo mandamiento es que creamos en Cristo, que creamos en Dios tal como se ha manifestado en la persona y la obra de Cristo. De acuerdo a 2 Cor.4:4-6, Dios ha manifestado su verdad y su gloria en la persona y la obra de Cristo. Hebreos capítulo 1 nos dice que Cristo es el resplandor de su gloria y la misma imagen de su sustancia. En Juan 14 Cristo dijo a sus discípulos: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Cristo es la única manifestación “visible” de Dios. Cristo es Dios hecho carne.

Ahora surge la pregunta ¿Cómo podemos ver a Jesucristo? La respuesta es que podemos verle a través de la Biblia con los ojos de la fe. Dios nos da entendimiento espiritual, ojos para ver, oídos para oír y un corazón para creer. La fe viene por el oír y el oír por la palabra de Dios. La fe significa creer, confiar y someternos a Cristo, tal como lo vemos en la palabra de Dios. Las imágenes desvían la atención de los hombres fuera de la palabra de Dios y no les permiten ver la verdad acerca de la persona y obra de Cristo. Detrás de cada imagen está la incredulidad, está un corazón incrédulo que no cree la palabra de Dios, ni tampoco en Cristo. La verdadera fe en Cristo es el don de Dios; no es el resultado o el producto del uso de imágenes inventadas por los hombres.



Las imágenes mentales de Dios:

No todas las imágenes falsas de Dios están solo en los templos católicos o paganos; también existen en las mentes y los corazones de los hombres incrédulos. Con frecuencia se oye decir frases como la siguiente: “Me gusta pensar en Dios como ‘el gran arquitecto o artista’ o yo no pienso en Dios como un juez, sino sólo como un padre amoroso”. Es importante señalar que quienes se sienten libres para pensar de Dios como a ellos les gusta, también están quebrantando el segundo mandamiento. No tenemos el derecho para pensar en Dios como nos guste.

La triste realidad es que todos los que no conocen al Dios verdadero fabrican o inventan un Dios falso en sus mentes. El mundo está lleno de personas que sostienen ideas falsas acerca de Dios, y esto es debido a que se niegan a creer lo que Dios ha dicho de sí mismo en su palabra. Es en este sentido que podemos hablar del dios de la imaginación del hombre. Cada uno debe preguntarse ¿Cuál es la imagen de Dios que tengo en mi mente? ¿Acaso no tendremos una imagen falsa de Dios en nuestros corazones? Cuántas personas preferirían que Dios fuera como ellos piensan y no como en realidad es.

¿Cuáles son algunas de las características de este “dios” imaginario, que existe solo en la mente de los hombres? En breve podemos decir que es un dios más semejante a un hombre que al Dios verdadero. Es un dios compuesto de puro amor, que ama a todos los hombres sin importar sus pecados, un dios que no castiga el pecado en el infierno, un dios impotente y frustrado que no es capaz de hacer su voluntad, un dios débil e indulgente que puede ser dirigido, manipulado y aún sobornado por los hombres. Es el dios que existe sólo para cumplir los caprichos y deseos de ellos, un dios de bolsillo que tiene que sujetarse al supuesto “libre albedrío” de los hombres; en fin, un dios que no es santo ni soberano y realmente indigno del nombre “dios”.

Aquí queda al descubierto la fuente y el origen de toda idolatría. A los hombres incrédulos y rebeldes, les gusta fabricar para sí mismos un dios semejante a ellos.


La idolatría y la ira de Dios:

Todas las personas que adoran ídolos o que respetan las imágenes religiosas en cualquier sentido son señaladas por Dios como los objetos especiales de su ira y su castigo. Dios dice en Exodo 5:20 que todos los idólatras le aborrecen y en Deut.7:9 Dios dice que dará el pago en su cara a quienes le aborrecen, destruyéndoles. Dice que no dilatará el castigo a quien odia, sino que en su cara le dará el castigo. Entonces, la idolatría es un pecado que despierta la ira de Dios en una forma especial.

Cuando Exodo 20 dice que visitará la maldad de la idolatría sobre ellos y sobre sus hijos hasta la tercera y cuarta generación, quiere decir que hay una maldición especial que viene sobre los idólatras en forma perpetua. Es decir que es una maldición generacional la cual se extiende tan lejos como los propios idólatras alcanzan a ver. Esto resulta en dejar a sus descendientes a sí mismos para que cometan la misma idolatría, el mismo pecado; lo cual produce una maldición interminable.

¡Con razón debemos entonces guardar la advertencia apostólica, “Hijitos, guardaos de los ídolos¡” (1 Jn.5:21).
Por Thomas Montgomery